“El destino, o algún tipo de fuerza misteriosa, puede colocar el dedo sobre ti o sobre mí sin razón aparente alguna”. Lo había escrito hacía 27 años pero esa frase podía figurar perfectamente en el epitafio que cubriría su tumba, porque esas palabras definían de una manera precisa la vida de Edgar G. Ulmer, uno de los más peculiares y desconocidos artistas del siglo XX, y el destino que le llevó a conocer el deseo, el amor, la locura, y, también, al sórdido callejón donde fue encontrado su cadáver.
El cuerpo de Edgar G. Ulmer fue encontrado por el oficial John Bradley a las 01:35 de la madrugada del día 3 de abril de 1972, en el callejón que hay entre la esquina de la Calle 42 y Sunset Boulevard. Una astrosa gabardina beige cubría su cuerpo enfundado en un traje remendado e irreconocible, recuerdo de una época mejor. En sus bolsillos no había más que unos cuantos centavos y el retrato de una mujer desconocida. La fotografía, ajada y sucia, estaba plegada en cuatro partes y mostraba el rostro en blanco y negro de una mujer con unos ojos grandes y oscuros, como un abismo.
El forense fue tajante: parada cardiorespiratoria. Edgar G. Ulmer había muerto veinticuatro horas antes de ser encontrado, pero, en realidad, llevaba mucho tiempo muerto.
Algunos dicen que el sino que le llevo a ese callejón empezó a forjarse cuando su carrera como director de cine decayó a finales de los años 30, otros aseguraron que su suerte se truncó cuando en 1952 abandonó su profesión. Ninguna de estas suposiciones es cierta.
Siempre me he preguntado si uno es consciente de la importancia del momento en la vida en el cual elegimos un camino entre los muchos posibles, siempre me he preguntado si somos conscientes que muchos de esos caminos son desvíos que nos apartan de lo que ha sido nuestra cómoda vida habitual y que nos puede conducir a otros sitios insospechados, turbios y malditos, a esos lugares donde jamás habríamos querido ir.
Edgar G. Ulmer tomó el camino que le llevaría desde su modesta posición de director de cine de Serie B a la indigencia y la locura el 3 de marzo de 1945, cuando aceptó rodar el guión “ El desvío” basado en la novela de su amigo Martin Goldsmith.
Sería demasiado prolijo hablar de la carrera de Edgard G. Ulmer, la turbia niebla de la mixtificación y el olvido sólo han dejado el camino borroso de un judío que huye desde su Checoslovaquia natal a Hollywood. Mentiras, leyendas, verdades a medias, todo es demasiado confuso para poder decir algo con certeza. Sólo hay una cosa totalmente comprobable: su ascensión fue tan rápida como su caída. A mediados de los 30 era un director famoso y respetado de la Universal, en 1945 había caído en el olvido y sólo trabajaba en películas de bajo presupuesto. Fue entonces cuando decidió filmar “El desvío”, una de las obras maestras del cine.
La película fue rodada en seis días con un presupuesto ínfimo, su duración es de sólo 68 minutos. Lo que muestra “El desvío” es un mundo sórdido de carreteras que no conducen a ninguna parte, de paisajes desérticos y hostiles, de vidas devastadas marcadas por los deseos insatisfechos. La película es en blanco y negro, pero lo que retrata es un mundo gris.
Aquel film marcó la vida de Edgar G. Ulmer y le conduciría a la muerte. No fue el único. El protagonista, Tom Neal, acabaría en la cárcel tras asesinar a su mujer. La actriz Ann Savage desaparecería en 1947, algunos afirmaron haberla visto ejercer la prostitución en los burdeles de Nueva Orleans. La locura, la indigencia, el burdel, o la cárcel fueron el destino de los que hicieron esta inquietante película, como si una maldición se hubiera abatido sobre todo el que participara en ella.
La historia de la película es la de un músico de jazz de segunda fila que se relaciona con una mujer que le llevara a la degradación y al asesinato. Paso a paso, Edgard G. Ulmer habría de cumplir en su vida el destino que el guionista señaló al protagonista de “El desvío”, aunque aquí la víctima sería él mismo.
El papel de Vera, la protagonista femenina, recayó en Ann Savage, una actriz desconocida con la que el director comenzó una ardiente relación antes de acabar el rodaje. Ann no era guapa, pero había algo en ella algo enigmático, malvado, y atractivo, algo, como indicaba su apellido, salvaje, una fuerza oculta y misteriosa que asomaba en sus grandes ojos oscuros.
Ann y Edgard mantuvieron una relación durante un año, tres meses y siete días, y durante todo este tiempo ninguno de ellos fue feliz. Algunos dicen que solo les unía la lujuria. Lo que les unía era un amor ardiente y fuera de toda medida, en él cabía todo: desde las más emotivas ternuras hasta los más infames celos. No había día en que no tuviesen una disputa amarga, o en los que se expusieran retahílas de agravios imaginarios acompañado de lágrimas y gritos. Cada día la vida era más insoportable, hasta que Ann decidió marcharse.
Entonces Edgard se derrumbó se dio a la bebida y su carrera se vino abajo. No fue el alcohol, fue algo mucho más terrible y oscuro: la locura de saber que nunca más habría de amar como había amado, y la desdicha de ser consciente que su vida sin Ann ya no tenía sentido. El día que tuvo la certeza de esas dos cosas Edgard murió, aunque su cadáver apareciera 25 años más tarde.
“El desvío” retrata a los hombres como unas títeres sujetos a la manos inmisericorde de un destino que muchas veces se muestra maléfico. Edgar G. Ulmer lo había escrito y, también, lo había vivido: “El destino, o algún tipo de fuerza misteriosa, puede colocar el dedo sobre ti o sobre mí sin razón aparente alguna”.