Para nuestra desgracia parece que el
tipo de novela que hay que escribir sobre la guerra civil lo estableció Jaime
de Andrade (seudónimo de Francisco Franco) con su obra Raza. Desde entonces han florecido docenas, centenares, por no decir
millares de novelas sobre la guerra civil que representan la guerra como un
combate demoledor entre unos buenos buenísimos y unos malos malísimos. Los
buenos y los malos han cambiado en el transcurso del tiempo, pero la mecánica
es la misma. Los autores bien por convicción, bien por ponerse a favor de la
corriente política imperante (y los beneficios que eso puede conllevar),
dedican sus páginas a ensalzar a los heroicos defensores de la Causa (con mayúsculas). Basta
leer Los girasoles ciegos, un éxito reciente
de gran predicamento que incluye adaptación al cine, para comprobar como uno
puede escribir de manera magistral y a la vez ser víctima de un maniqueísmo sorprendentemente
burdo.
Eso no sucede en esta novela de Paloma
Sánchez-Garnica. Desde el primer momento tenemos la sensación de que la
historia narrada es algo que tiene el color gris y el sabor amargo de la
realidad. En la novela no abundan los personajes idealistas, entregados, o los
héroes. Los protagonistas son gente normal, de diferentes ambientes sociales e
ideologías, pero todos ellos parecen tener el nexo común de ser víctimas de la
historia más que heroicos defensores de causas tan santas como improbables.
Como tengo la fortuna de compartir una cena con Paloma
tras ser su presentador en los actos de la feria del libro puedo enterarme de
la intrahistoria que hay tras la novela. En parte se relatan las vivencias de
su suegro, un labrador de Móstoles al que la república consideraba desafecto y fue
destinado a un batallón de trabajos forzados en la sierra madrileña. A estas
vivencias familiares se une una trama de ficción.
Ernesto Santamaría, aspirante a escritor (y alter ego
de Paloma), encuentra la foto de una pareja en el Rastro y decide investigar
las personas y el pasado que se oculta tras ese retrato. Ese pasado se centra
en la historia de dos parejas, una de clase media acomodada de Madrid y otra de
labradores de Móstoles, ambas se ven sumergidas en la vorágine de la guerra
civil. Pero en realidad, el tema es otro, es el de las vidas que llevaban una
dirección antes del 18 de julio y que tras el estallido de la guerra tomaron
otro, a menudo trágico. Paloma hace hincapié en cómo la guerra dejo un reguero
de vidas destrozadas, sin ir más lejos la del mismo Miguel Hernández, uno de
cuyos versos da el título a la obra.
La novela trata de ser ecuánime y me recuerda lo mejor
de Arturo Barea o Manuel Chaves Nogales, defensores de la causa republicana y a
la vez aterrados testigos de los crímenes y abusos que se cometían en la zona
republicana. Tal vez estoy estoy haciendo demasiado hincapié en el aspecto
político de la novela cuando en realidad, la novela es básicamente otra cosa:
una historia de personas y sentimientos, cuando afirmo esto no quiero decir que
sea sentimental o, peor aún, “sentimentaloide”. Todo lo contrario, la obra se
centra en desgranar las complejidades, miserias y grandezas del alma humana en
una situación límite, como fue la guerra civil. Las
tres heridas me parece una lectura muy recomendable, especialmente a los
que gusten de las novelas de corte clásico, casi galdosiano. Además es una
novela amena y de fácil lectura.
Por la habilidad narrativa se nota que Paloma no es
una recién llegada al mundo de la literatura. Público su primera obra El gran arcano en 2006, a la que han seguido La brisa de oriente y El alma de las piedras, su mayor éxito
hasta el momento y una interesante novela sobre el origen del camino de
Santiago. Una autora a seguir.