sábado, 5 de marzo de 2011

ERROL FLYNN




Si me preguntasen por una vida que me hubiera gustado vivir esa seria la de Errol Flynn. Al contrario que Cavafis, con su aspecto comedido de oficinista casposo, ver el aspecto de Errol es contemplar a alguien a quien no gustaría parecernos. Él deslumbra en cada uno de sus fotos. Desde luego es el tipo guapo que a todos los hombres nos gustaría ser, pero no es sólo eso, es algo más, algo indefinible que está presente sólo en algunas pocas personas. Basta contemplar una de sus añejas imágenes para ver que él era uno de esos elegidos para la gloria y que su sonrisa, el brillo de su mirada o el aspecto feliz y vivaz era sólo la expresión de algo más profundo: un encanto embriagador.
Errol escribe una autobiografía que titula Aventuras de un vividor. La escribe en su yate fondeado en el puerto de Palma de Mallorca cuando era una sombra de si mismo. Ya no es Robin, el príncipe de los ladrones, ni pirata, ni pistolero, ni un oficial británico que se dirige a la muerte en la carga de la Brigada ligera. En ese momento es un hombre avejentado y empobrecido, su única compañía la constituyen algunas botellas de whisky y los recuerdos de sus tiempos gloriosos.
Es una de esas raras autobiografías (ese género de la ficción compuesto por fantasías, justificaciones y excusas difíciles de creer) que respira sinceridad. La escribe, justo en ese momento, cuando ya tiene un pie en el estribo de la muerte y pocas cosas le importan.
El final, como todos los finales, es amargo. Pero lo que precede a ese derrumbe es una vida plena, aventurera y alegre como la de esos personajes que interpretó en Hollywood. Hay una afirmación que me deslumbra: “si hay un talento que tenido ese es el de vivir” y leyendo este libro nos damos cuenta que así es. Tal vez la parte más interesantes sea la más desconocida, la del joven aventurero nacido en Tasmania que vive pintorescas aventuras en los mares del sur como vagabundo, contrabandista, plantador y cien cosas más.
Después viene su vida en Hollywood y todo se desdibuja un poco. Refiere una anécdota que reproduzco por jugosa. Su primer papel es hacer de cadáver, alguien levanta la sabana que lo cubre en una escena y otro actor dice sí, es él. Errol después de narrarlo apostilla: algunos dicen que fue mi mejor papel. Un sentido del humor muy lejano al de los actores artistas herederos de Miguel Ángel y Leonardo que surgen en cualquier teleserie.
Una parte importante en su vida la ocupan las mujeres. Como experto conocedor del bello sexo se queda sorprendido ante la dificultad que tienen muchos hombres para comprenderlas, atribuyéndolas un personalidad enigmática. Errol asegura que esto es debido a que los sorprendidos simplemente no han tratado con muchas mujeres y concluye que la única diferencia que hay entre hombres y mujeres es que a estas últimas les gusta más un millón de dólares que a los hombres.
Errol se tomó la vida de la única manera que cabe, tomándosela a broma y disfrutando cada momento. Supongo que era como los héroes que interpretó, en los que el mundo era sólo un escenario para disfrutar uno mismo y deslumbrar a los demás con su vitalidad. Sabía, como el oficial británico que interpretó en La Carga de la Brigada Ligera, que al final del camino estaba la artillería rusa, la muerte y el fin, pero él se lanzo veloz, alegre, vital, con una sonrisa en los labios sabiendo que la vida es un momento de gloria antes de la oscuridad.

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