martes, 8 de marzo de 2011

¿QUÉ ES LITERATURA?


¿Cuáles son los materiales de los que están hechos los grandes libros? La respuesta es clara: de cualquier cosa. Es famoso el caso de Flaubert que sacó su Madame Bovarie de un recorte de la prensa de sucesos de la época. La materia que puede dar lugar a una obra maestra puede ser cualquier idea descabellada: un hombre persigue una ballena o un hombre se convierte en insecto. No importa tanto lo que se cuenta sino cómo se cuenta. Pondré un ejemplo contenido en la excelente novela El Gran Felton de Pérez Azaústre. El protagonista hace una necrológica de Charles Bronson, un actor especializado en papeles de tipo duro que a priori da poco juego para hacer literatura. Juzguen el resultado.

“Los mineros están hechos de una pasta especial como si una segunda piel les protegiera del aire contenido en un guijarro, de la inminencia lenta de los gases, de la inmanencia grave de unas vidas cosidas bajo tierra y bajo roca. Si fijan un momento en su memoria el semblante adusto de Charles Bronson, su mirada curtida en una arruga, esos ojos tan largos y encerrados en una profusión de furia escasa, de seguro lo imaginan saliendo de la boca de una mina, cargando las esquirlas de un dolor fraguado grano a grano en lo profundo. Los ojos de Charles Bronson eran los ojos de un minero, igual que esa pasta especial era también la pasta de Charles Bronson. Charles ha muerto y ahora recordamos que su primer trabajo fue minero, que su verdadero apellido era Bouchinsky y que bajó a la mina por primera vez a los dieciséis años, que era cuando bajaban entonces los chavales a la mina, en Ehrenfield y en el resto del mundo. Tras una primera representación en Filadelfia haciendo de tipo duro –el papel irrenunciable de , el primer duro del cine que supo convertirse en personaje- vinieron algunas películas que le ayudarían a destacar, como El poder invisible o Los crímenes del museo de cera. Pero fue en 1954 cuando Charles Bouchinsky decidió dejar de ser Bouchinsky para convertirse en Bronson, con películas ya insustituibles en el memoria de los cincuenta como Apache, Veracruz y Tambores de guerra. El muchacho prometía, se veía un talento mudo en la mirada, un silencio de musgo en el tortazo, un torso descubierto en la carne de una bala. A partir de ahí, los momentos de gloria de Bronson, unos sesenta que en el cine, a pesar de su papel de secundario silencioso y efectivo, fueron rotundamente suyos: quien no recuerda La gran evasión, Los siete magníficos o Doce del patíbulo, la película impagable en la que Bronson se salvó de la horca para morir en un castillo cubierto por la niebla de unos nazis. Bronson escapó de la hora pero no pudo huir de sí mismo, de la jugada muda que el destino le tenía preparada tras su aspecto invencible de minero: en 1969 se casó con Jill Ireland y era un hombre feliz. Pocos años después, se revelaba en su mujer un cáncer de mama. Ya no quedaba tiempo para hacer papeles inmortales, y había que conseguir dinero como fuera. Con el personajes que fuera.
El justiciero de la ciudad, Yo soy la justicia, El justiciero de la noche, Yo soy la justicia o La ley de Murphy fueron los resortes que pagaban los largos tratamientos contra el cáncer. Podría decirse que Bronson se convirtió en mercader de sí mismo, porque ahí había un actor, un actor grande, un Kirk Douglas con menos pretensiones y una intensidad parada y dulce. Jill murió en 1990, tras varios años de lucha contra el cáncer. Todavía vendría más películas, pero llega un momento en que los justiciero de la noche olvidan el motivo de una lucha. Bronson también, y ya quedaba poco de ese actor que aspiraba a subir como la espuma. Sólo la pistola y unos pasos. Al final, él no actuaba apenas; ya era el personaje quien interpretaba a un hombre.

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