viernes, 21 de octubre de 2011

LITERATURA DEL OLVIDO IV



EMILIO CARRERE

Hasta ahora los perfiles de literatos que he publicado en este blog están marcados por la desgracia, el hambre y la miseria. Todo lo contrario sucede con la figura de Emilio Carrere, uno de los autores españoles más populares de la primera mitad del siglo XX. A pesar de este éxito hoy está, como tantos otros, en el negro pozo del olvido.
Es curioso ver cómo pocas veces la historia de la literatura se ocupa de escritores que en su momento, o directamente nunca, están entre los más leídos. Se puede decir que hay dos historias de la literatura: por un lado la seria y canónica; por otro, la popular, los libros que realmente la gente lee. Algunas veces ambas se entrecruzan, pero en la mayoría de los casos son mundos paralelos.
Si hay alguien que no parece marcado para el éxito ese es Emilio Carrere, ya que es hijo ilegítimo y su madre muere al mes de nacer. Queda así casi en la indigencia al cuidado de su abuela. Estudia en una escuela para gente sin recursos y en su juventud alterna los billares de los golfos con las tertulias literarias, donde destaca entre la multitud de aprendices de poetas modernistas. En 1902 consigue publicar su primera obra Románticas de tono becqueriano.
Fascinado por la estética decadente del modernismo y por sus ídolos Verlaine y Rubén Darío se dedica a frecuentar los círculos bohemios donde lleva una vida desordenada de largas noches de alcohol y mujerío fácil. Emilio, al contrario que tantos otros, sabe nadar y guardar la ropa, ya que su padre, un periodista bien relacionado con el mundo político, le consigue un puesto de funcionario en el Tribunal de Cuentas. Es raro encontrarle en este trabajo, pero el puesto lleva aparejado un sueldo seguro aunque poco cuantioso.
Así que, al contrario de la mayoría de los bohemios desastrados y macilentos de inicio del siglo XX, él tiene unos ingresos fijos. También, al contrario que la mayoría de ellos, tiene talento, capacidad de trabajo y, cosa más rara aún, éxito. Su poema La musa del arroyo se convierte en un poema popular entre el público y apreciado por la crítica.
Ese es el primer Carrere, el poeta modernista que tal vez sea el de mayor valor literario. Cuando el modernismo se diluye y los bohemios van acabando en el hospital, el manicomio, la tumba o la cárcel, Carrere no se deja amilanar por el auge de las vanguardias, ese descacharrante ultraísmo hispánico de nombre y principios delirantes y decide buscar nuevas vías. Las encuentra en la novela, el teatro e incluso la Zarzuela.
Es el gran momento de las novelas cortas y populares que el público compra a un precio bajísimo antes de que aparezca la radio o el cine como entretenimiento masivo. Rápidamente se convierte en una estrella del género, en el que destaca como un marrullero consumado. Se autoplagia, compone nuevas novelas con fragmentos de otras y hace mil y un equilibrios para mantener una cuantiosa producción de tanto éxito como poca calidad.
Toda esa actividad le proporciona un dinero que tiene a malgastar alegremente en mesas de juego y gastos suntuarios. Adepto a la Teosofía y al espiritismo, esas aficiones le llevan a desgranar temas siguientes la estela de Poe, convirtiéndose así en uno de los raros autores españoles de literatura fantástica.
Su vida cambia radicalmente en 1929, cuando recibe una importante fortuna al morir su padre, herencia que malbarataría en poco tiempo. Milagros de la vida, el bohemio de ideas radicales se transforma de repente en un conservador monárquico defensor de la propiedad. A medida que las ideas políticas se radicalizan sus ideas se hacen más contundentes y se pasa a la ultraderecha. Emilio puede no ser fiel a sus ideas políticas, pero sí lo es a la marrullería y cuando estalla la revolución en el Madrid de 1936 salva la vida haciéndose pasar por loco.
El fin de la guerra le hace de nuevo recuperar cierta popularidad gracias a la adaptación de su novela La torre de los siete jorobados, que fue llevada al cine por Edgard Neville en 1944. Sin embargo, su gran época ya ha pasado. Muere en Madrid en 1947.

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