sábado, 19 de noviembre de 2011

ESCRITORES DELINCUENTES



José Ovejero escribe un interesante ensayo sobre escritores que de alguna manera u otra acabaron en la cárcel. Aquí se dan cita dos tipos, por un lado la gente del mundo literario que comete algún crimen (los que más abunda son el robo y el asesinato de la esposa), por otro, el de delincuentes que descubre en prisión su vena literaria.

Es arquetípico el caso de Thomas Mallory, autor de La muerte de Arturo. En esta obra ensalza la idealización del espíritu de la caballería medieval, su generosidad, sacrificio y grandes ideales. Todo muy bonito, salvo que Sir Thomas escribía su obra mientras estaba en la cárcel detenido por traición, robos y violaciones. Tal y como dice Ovejero: “Debo confesar una cierta perplejidad por el dilema en el que se encontraban los eruditos. ¿De verdad les costaba tanto aceptar que alguien pudiera escribir páginas sublimes y ser un miserable? ¿O que se pueda predicar una cosa y practicar la opuesto? La historia de la literatura abunda en ejemplos de palabras virtuosas unidas a actos infames”.

Algunos pueden caer incluso simpáticos como Alvaro Mutis que sustrae dinero a la compañía en la que trabaja para irse de juerga con sus amigos o el estafador Sir Jeffrey Archer. Otros nos parecen un tanto desfasados como los crimines pasionales de Remigio Vega Armenteros y María Carolina Geel. Aunque la mayoría resultan tan despreciables y desagradables como sus vidas, es el caso de Maurice Sachs o Genet.

Especialmente repugnantes me resultan Chester Himes y Abdel Hafed Bentoman, a quienes por lo visto la sociedad no sólo debe perdonarlos, sino que debe compensarlos de alguna manera por haber cometido sus crímenes. Un caso aparte es Jimmy Boyle un sujeto que tiene como objetivo en su obra autobiográfica narrar lo mala que es la sociedad y lo bueno que es él. Al final con sus libros exculpatorios logró la libertad, casarse con una mujer rica, vivir en mansiones de lujo y tener un helicóptero.

Me parece justo citar a Hugh Collins, también un delincuente escritor que asegura lo siguiente: “Jimmy Boyle a lo mejor es capaz de aguantar todo eso, los debates políticos sobre las causas de la delincuencia, las declaraciones sobre la pobreza, pero yo no puedo. No puedo echar la culpa a otros por lo que he hecho, culpar a mis padres, a mi abuela o algún otro. La cagué yo.. Maté a un hombre y no sé por qué”.

He empezado hablando del caso ejemplar de Mallory voy a acabar con otro. Norman Mailer se carteó con Jack H. Abbot, un presidiario con un largo historial delictivo que había pasado más de catorce años en celdas de castigo por su comportamiento violento. Tanto le fascinaron sus cartas que le ayudó a obtener la libertad condicional. Abbot fue recibido con entusiasmo por los círculos literarios neoyorquino, esa izquierda exquisita de millonarios superguays. Seis semanas después de quedar en libertad el angelito liberado mató de una cuchillada a un camarero con el que tuvo una discusión.

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