miércoles, 11 de marzo de 2009


EL LEGADO DE CASANOVA

Telemadrid me llama para que le cuente algo sobre la estancia de Giacomo Casanova en Madrid. Acompañado del equipo de televisión empezamos a buscar las huellas del célebre aventurero.
El famoso seductor italiano llegó a la capital de España en 1767, tras ser expulsado de Francia. Era un hombre de 42 años que había recorrido ya media Europa, no era famoso, la popularidad sólo le llegaría tras la publicación póstuma de sus memorias.
Nos dirigimos al lugar donde estaba la Fonda de la Cruz, el hospedaje donde estuvo alojado durante un tiempo en la ciudad. Del antiguo alojamiento sólo pervive una placa en la fachada de un edificio construido a finales del siglo XIX. Como aquello sabe a poco nos vamos a lo que queda del antiguo palacio real del Buen Retiro, lugar donde estuvo preso. Del gran palacio que fue en su día sólo queda el Salón del Trono que hasta hace muy poco ha sido el Museo del Ejército. Hay una verja que impide filmar bien, así que nos vamos a una de las puertas del parque del Retiro, que en su momento fue la entrada principal al palacio. Es el último vestigio que une al Madrid actual con aquel hombre.
¿Cuál es el legado de Casanova? ¿Una placa? ¿Un minúsculo resto de lo un día fue una gran palacio? ¿Una puerta que tal vez nunca atravesó? Nada de eso. Su legado son las casi cuatro mil páginas escritas con letra menuda cuando ocupaba un puesto de bibliotecario para el conde Waldestein. En aquel momento poco queda ya del aventurero, de viajero incansable o del seductor irresistible, Giacomo es ya un anciano achacoso y acosado por la melancolía.
Antes de morir toma una decisión que le hará emprender el último viaje de su vida, aquel que le conducirá a la inmortalidad. Al borde de la extinción y el olvido coge la pluma para que nosotros sepamos de su prodigiosa vida, son esos papeles los que nos hacen saber hoy que un día existió.
Cualquiera que lea los escritos de Casanova quedará sorprendido de su prodigiosa memoria, aunque algunos sospechen que lo realmente asombra es su imaginación. Poco importa que el relato que hace sea veraz o fantasioso. Lo realmente significativo es que página a página va reconstruyendo una vida tan turbulenta como peregrina y revive una sociedad que al igual que él está a punto de desaparecer, ya que muere en 1798, el año de la revolución francesa.
Gracias a él cobran vida de nuevo personas muertas hace mucho tiempo, ciudades deslucidas o esplendorosas, reinos extintos y un mundo que llega a su fin. Todo eso cabe en ese mar de tinta en el que nos vamos sumergiendo poco a poco sin darnos cuenta.
¿Es veraz el relato de su vida? Puede que no, pero eso me parece intrascendente. La grandeza de la ficción es que las fantasías, quimeras y divagaciones pueden ser más auténticas que la realidad, esa materia gris que tanto desagrada a los soñadores. Hoy se duda que el famoso pasaje de su fuga de los plomos, la cárcel del Dux de Venecia, sea cierta. Es muy posible que tras esa pasmosa evasión sólo hubiera un soborno. Sin embargo, lo esencial es que pocos relatos hay más interesantes que esa fuga imposible. Así que me imagino al anciano Casanova pergeñando recuerdos e invenciones en la biblioteca del conde, le veo solitario en una sala fría e inhóspita. En aquel ambiente mortecino sólo le queda la nostalgia de su vida viajera, de su juventud, de sus amores. Tal vez el anciano sonríe al coger la pluma, sabiendo que aquella vida no fue la que vivió, pero será esa sonrisa y esa pluma los que les salvarán de la muerte y el olvido. Ese es el legado de Casanova.

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